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El camino angosto y desconocido que se bifurcaba más allá del parabrisas despertaba cierta curiosidad.

La gran mayoría de los pasajeros del vehículo íbamos sin conocer el destino.

Con espíritu de aventura nos adentramos en la abandonada Villa Oliva, cuyo lugar era casi impenetrable en días de lluvia. 

Llegamos alrededor de las 5 de la tarde al borde del río, sin ningún pertrecho más que una caja de anzuelos. De pronto vimos llegar a Julio, el baqueano que venía en nuestra búsqueda.
Julio, de muy humilde condición era un pescador del lado argentino cuya fisonomía no generaba mucha confianza para cargar a tantas personas en la canoa. Nos advirtió que solamente podríamos viajar 4 personas en su escueta canoa.

Abordamos dicha embarcación con algo de beber y comer. Obsequiamos a Julio una caja de cigarrillos y nafta por la cortesía. 

Iniciamos el recorrido río arriba cuando el bello atardecer se desplegaba en el horizonte. Fue uno de los más bellos espectáculos que he visto. Me puse de espalda al rumbo que íbamos tomando. No quería ver lo que nos esperaba.

Cada quien vestíamos jeans y camisas mangas largas. Los mosquitos de gran tamaño acechaban sin compasión. Pero eso no me incomodaba tanto como el temor que cada vez se iba apoderando más de mi.

No teníamos ninguna protección.

De pronto cayó la noche y Julio nos dijo que lo que tal vez le costaría es cruzar <Para Boca>. No dejaba de mirar hacía la costa.

De pronto perdí de vista la costa y la correntada empezó a levantar cada vez más el bote.

Simulaba que no sentía miedo alguno. Millones de preguntas y respuestas revoloteaban en mi cabeza en ese momento. 

Luego de cruzar la fuerte correntada iniciamos un leve giro hacia la parte más ancha del rio.

No pensé en los 30 metros de profundidad del cual hablaban los demás tripulantes. Contemplé la luna y me tranquilicé.

En el oscuro horizonte se observaba el intenso relampagueo que preocupaba, aún, más. Pues, el regreso sería imposible en caso de lluvia.

Luego de unos 20 minutos de navegación logramos llegar a la otra costa para continuar remando y llegar a destino. Ese momento fue de mucho placer. Fue adrenalina pura.

Julio detuvo, repentinamente, la marcha para recomponer el hilo que sostenía el remo. Solucionado el problema, continuamos. 

Luego de 4 horas y 30 minutos llegamos a la casa de Julio cuya esposa e hijos nos recibieron con alegría. Cuando pisé tierra quería abrazar a todo el mundo. Estaba realmente feliz por continuar respirando.

Toda esa noche se tradujo en risas y bromas por la odisea.

Al día siguiente debíamos volver, según los últimos reportes meteorológicos, habría lluvia.. 


El viaje más largo de Julio

El camino angosto y desconocido que se bifurcaba más allá del parabrisas despertaba cierta curiosidad.

La gran mayoría de los pasajeros del vehículo íbamos sin conocer el destino.

Con espíritu de aventura nos adentramos en la abandonada Villa Oliva, cuyo lugar era casi impenetrable en días de lluvia. 

Llegamos alrededor de las 5 de la tarde al borde del río, sin ningún pertrecho más que una caja de anzuelos. De pronto vimos llegar a Julio, el baqueano que venía en nuestra búsqueda.
Julio, de muy humilde condición era un pescador del lado argentino cuya fisonomía no generaba mucha confianza para cargar a tantas personas en la canoa. Nos advirtió que solamente podríamos viajar 4 personas en su escueta canoa.

Abordamos dicha embarcación con algo de beber y comer. Obsequiamos a Julio una caja de cigarrillos y nafta por la cortesía. 

Iniciamos el recorrido río arriba cuando el bello atardecer se desplegaba en el horizonte. Fue uno de los más bellos espectáculos que he visto. Me puse de espalda al rumbo que íbamos tomando. No quería ver lo que nos esperaba.

Cada quien vestíamos jeans y camisas mangas largas. Los mosquitos de gran tamaño acechaban sin compasión. Pero eso no me incomodaba tanto como el temor que cada vez se iba apoderando más de mi.

No teníamos ninguna protección.

De pronto cayó la noche y Julio nos dijo que lo que tal vez le costaría es cruzar <Para Boca>. No dejaba de mirar hacía la costa.

De pronto perdí de vista la costa y la correntada empezó a levantar cada vez más el bote.

Simulaba que no sentía miedo alguno. Millones de preguntas y respuestas revoloteaban en mi cabeza en ese momento. 

Luego de cruzar la fuerte correntada iniciamos un leve giro hacia la parte más ancha del rio.

No pensé en los 30 metros de profundidad del cual hablaban los demás tripulantes. Contemplé la luna y me tranquilicé.

En el oscuro horizonte se observaba el intenso relampagueo que preocupaba, aún, más. Pues, el regreso sería imposible en caso de lluvia.

Luego de unos 20 minutos de navegación logramos llegar a la otra costa para continuar remando y llegar a destino. Ese momento fue de mucho placer. Fue adrenalina pura.

Julio detuvo, repentinamente, la marcha para recomponer el hilo que sostenía el remo. Solucionado el problema, continuamos. 

Luego de 4 horas y 30 minutos llegamos a la casa de Julio cuya esposa e hijos nos recibieron con alegría. Cuando pisé tierra quería abrazar a todo el mundo. Estaba realmente feliz por continuar respirando.

Toda esa noche se tradujo en risas y bromas por la odisea.

Al día siguiente debíamos volver, según los últimos reportes meteorológicos, habría lluvia.. 


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